¿A qué viene todo esto? Pues bien, con la enfermedad sucede exactamente como indica esta frase y aquello podemos formularlo así: para curarnos hay un precio. La pregunta verdadera es entonces, ¿estamos dispuestos a pagarlo? Cuando se le pregunta a alguien si desea curarse de su enfermedad la respuesta que seguramente recibiremos el 100% de las veces es “Sí”. No obstante, detrás de esa pregunta se esconde la otra, cuya respuesta decidirá en muchos casos (sobre todo en enfermedades como el cáncer, por ejemplo, en que suele haber un conflicto intenso y sostenido en el tiempo) si esto ocurrirá o no: ¿qué precio estás dispuesto a pagar? Es en este punto donde comienzan a aparecer las resistencias, los “sí, pero…”, los “voy a pensarlo” y comienzan las dudas, los temores a soltar nuestra PERCEPCIÓN de cómo creemos que deben ser las cosas para abrirnos a lo desconocido; como mínimo a un cambio de percepción que lleve a experimentar de nueva forma todo lo que estamos viviendo ahora mismo, en nuestro mundo “interno” y en el “exterior”.
Pensemos por ejemplo en un enfermo de cáncer de páncreas. Desde la decodificación biológica sabemos que muchas veces estará relacionado con un conflicto asociado a una vivencia de algo ignominioso, una afrenta o “golpe bajo” que la persona no se esperaba, como por ejemplo una traición, una conspiración laboral, una estafa de un socio de la empresa que se va con el dinero, un engaño con vileza, etc. Si esta persona lleva enferma mucho tiempo, sabemos también que su conflicto está allí, sin terminar de resolverse (de no ser así, estaría sano). En consulta se descubre su gran enfado e ira hacia la persona involucrada en dicha traición, enojo que se niega a procesar y liberar (“mientras esa persona no se disculpe de rodillas, jamás perdonaré lo que me hizo. Está muerta para mí”). Pues bien, si esta actitud rígida sigue su curso y la persona no está dispuesta a pagar el precio consistente en el reencuadre y cambio de perspectiva de la situación que experimentó (la traición, en este caso) y abrirse en la terapia a considerar el aprendizaje implícito en lo que vivió y a resolver sus emociones de otra forma, soltando su esquema mental de creencias de cómo deben ser las cosas -“el otro debe pedirme perdón para yo estar bien”-, el síntoma seguirá siendo la respuesta perfecta con la que su cerebro automático gestione biológicamente el conflicto en el que se halla inmerso, en gran medida gracias a su sistema de creencias, que lo prolonga indefinidamente. (recordemos que la mayoría de las veces lo que nos enferma no es lo que nos ocurre, sino la percepción que tenemos y mantenemos de ello). En casos como este, debemos ser muy claros en mostrar que la curación pide un precio (cambio profundo de perspectiva, experimentar de un modo diferente una misma situación) para así responder con toda franqueza si estamos dispuestos a pagarlo o es demasiado elevado para nosotros y preferimos no hacerlo. Parte del aprendizaje de la enfermedad es afrontarnos con esta consulta y resolverla en conciencia. Y la conciencia es radical: sí o no. No hay “medias tintas”. La curación parte con un “sí” total, completo. Sin reservas.
La situación no es distinta en otros ámbitos: quien es dichoso y feliz ejerciendo su vocación, con certeza ha profundizado en aquellos dones que ahora comparte con el mundo y si esto le ha llevado a redefinirse, pues que así sea. En cualquier proceso de cambio que estemos transitando llegará un momento donde la vida nos preguntará: “¿estás dispuesto a pagar el precio que el cambio que deseas implica?” Para cambiar de estado debemos estar dispuestos a tomar aquellas experiencias que la existencia nos ofrecerá para desmontarnos lo que nos limita y obstruye. Ante esto nuestras personalidades se enfadarán y resentirán pues se verán contrariadas al constatar que ahora las cosas se harán de forma diferente a todo lo que tenían por verdades y seguridades absolutas. Esto, si bien puede ser muy incómodo, es un buen síntoma de que algo se está moviendo. Si somos capaces de seguir el proceso –y para esto el acompañamiento terapéutico resulta sumamente relevante- colaborando con dicho movimiento en vez de estorbarle, llegará un momento donde notaremos de que todo era mucho más simple de lo que creíamos y que el precio a pagar consistía en salir de la comodidad de nuestras aparentes certezas y seguridades.
La situación no es distinta en otros ámbitos: quien es dichoso y feliz ejerciendo su vocación, con certeza ha profundizado en aquellos dones que ahora comparte con el mundo y si esto le ha llevado a redefinirse, pues que así sea. En cualquier proceso de cambio que estemos transitando llegará un momento donde la vida nos preguntará: “¿estás dispuesto a pagar el precio que el cambio que deseas implica?” Para cambiar de estado debemos estar dispuestos a tomar aquellas experiencias que la existencia nos ofrecerá para desmontarnos lo que nos limita y obstruye. Ante esto nuestras personalidades se enfadarán y resentirán pues se verán contrariadas al constatar que ahora las cosas se harán de forma diferente a todo lo que tenían por verdades y seguridades absolutas. Esto, si bien puede ser muy incómodo, es un buen síntoma de que algo se está moviendo. Si somos capaces de seguir el proceso –y para esto el acompañamiento terapéutico resulta sumamente relevante- colaborando con dicho movimiento en vez de estorbarle, llegará un momento donde notaremos de que todo era mucho más simple de lo que creíamos y que el precio a pagar consistía en salir de la comodidad de nuestras aparentes certezas y seguridades.
Si queremos ir más allá de lo que percibimos como nuestras limitaciones, siempre habrá un precio a pagar, y que una vez hemos dado el “sí” a dicho proceso desde un lugar de totalidad sin reservas, veremos que en realidad solamente perdimos lo que ya no necesitábamos y que ganamos algo esencial; nos ganamos a nosotros mismos en nuestro poder y grandeza de espíritu. Sólo perdimos nuestras autosostenidas visiones de pequeñez con las que nos habíamos identificado. Y nos daremos cuenta de que el único precio a pagar era soltar nuestras ilusiones para abrazar la realidad de ver las cosas como simplemente son, y no como creíamos que tenían que ser. Es dejar de exigirle cosas a la vida para permitir que nos abrace en su infinita calidez y abundancia en la que tenemos todo lo que necesitamos en cada momento para vivir en nuestra paz.
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