“Ojalá mi hijo/a- esposo/a -padre/madre escuchara eso que dices y viniera acá a consulta”
“Pero no puedo dejar la casa de mis padres…qué pasará con ellos?”
“El día que mis hijos –adultos- estén bien, entonces podré cambiar esta situación”
“Si me voy y hago mi vida, mi pareja se sume en la depresión”
etc, etc…
Cuando quieres que el otro cambie o se transforme, lo que estás haciendo es robarte tu propia certeza de cambio, poniendo al otro como excusa porque te da miedo hacerlo tú. En el fondo quisieras que el otro te acompañase y te enojas o entristeces cuando eso no pasa. Y te digo algo: no va a pasar NUNCA. Por qué? Porque tu cambio no depende del otro y él no hará por ti lo que sólo puedes hacer tú, cambie o no. Al ponerte a esperar que “Vaya a terapia” o “Me entienda y me comprenda” lo único que haces es detener el proceso de cambio que te lleva a pararte en tu lugar auténtico, que por definición es distinto del de tus ancestros, ya que no hay dos personas iguales. En el fondo, cada vez que una persona se sienta a esperar que el otro cambie o comprenda su cambio, lo que está haciendo es mutilándose la posibilidad de desarrollar su propio proyecto de vida en plenitud y con mayor autenticidad de alma, menos trabado por los hilos invisibles de las memorias transgeneracionales.
Las frases del principio no son más que las racionalizaciones que armamos como excusa para no emprender el proceso. Este es tal vez uno de los autoengaños que tarda más tiempo detectar, puesto que las memorias del clan tienen un soporte biológico que se activa y nos envuelve en un clima emocional determinado mucho antes que lo detectemos. Es decir, pensamos, sentimos y actuamos desde un clima emocional interno condicionado por esas informaciones, mientras creemos que lo hacemos desde una perspectiva neutral y “objetiva”, cuando la realidad es que estamos completamente tomados hasta las manos. Una persona que siempre estuvo condicionada a cumplir las expectativas laborales de su padre o a tener parejas como las que inconscientemente le mandató su madre, sentirá una enorme angustia cada vez que intente traicionar a sus padres, es decir, desobedecer esos mandatos inconscientes. Más allá de esa angustia -que se activa mecánicamente, respondiendo a una pauta energética y biológica- están los lugares de autenticidad en los que nuestro proyecto de vida florece, y se requiere de una firmeza bien asentada para caminar a través de esas emociones y desoír los cantos de sirena que nos impulsan a echar pie atrás. Es difícil, sí. Pero no imposible. Y sobre todo, para muchos de nosotros es absolutamente necesario.
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