En el contexto de la consulta terapéutica, es habitual ser contactado cada cierto tiempo por personas con la intención de agendar sesiones –ya sea de carta astral o de decodificación biológica- no para ellas mismas, sino para terceras personas, tales como el hijo/a, el cónyuge, alguno de los padres, familiares, etcétera. El diálogo podría ser más o menos así:
-Hola, quisiera una sesión para mi hijo/a. Es posible?
-Por supuesto, siempre y cuando sea él/ella quien se contacte y desee venir libremente. Qué edad tiene tu hijo/a?
-Veintiseis… (y a veces más, mucho más)
Aquí es necesario detenernos.
Se trata de una persona adulta que está pidiendo una sesión para otra persona adulta. No es un niño pequeño. Ante esto la primera pregunta que surge es: y por qué no se contacta el aludido, o sea la persona para quien sería la sesión? Por qué hay un intermediario/a? La respuesta es simple y cruda: porque quien está con una carga conflictual activa es quien llama. El otro aludido puede incluso no tener interés alguno en la sesión, se encuentre como se encuentre. Es decir, el conflicto es de la persona que llama, que lo proyecta en el otro, sea cual sea su estado.
En principio, parece una dinámica muy inofensiva pero, lo es realmente? Con qué nos encontramos detrás de ella?
Lo primero que se detecta en estos casos es un pegoteo no sano de inconscientes entre ambos, donde hay un enganche energético que no permite libertad a ninguno. Puede tratarse de hijos apegados a las faldas de su madre, que crecieron pero que no se han independizado emocionalmente de ella, quien a su vez los sobreprotege y se niega a verlos como adultos responsables dueños de su propia vida -por algo es ella quien consulta, siendo el hijo/a un adulto. O podría ser una pareja en donde uno de ellos -usualmente la mujer- ha hecho un trabajo interno que lo está llevando en una dirección que al otro no le interesa seguir, y al notarlo se resiste a aceptar el hecho de que si continúa yendo en esa dirección es cada vez más probable que los caminos se bifurquen y la pareja se termine, y ante el terror que eso le provoca, trata de arrastrar a su cónyuge a terapia “para que crezca en conciencia, resuelva sus problemas y evolucione espiritualmente”, sin darse cuenta de que en realidad está intentando hacer responsable al otro de su propio pánico a tener que aceptar el término de la relación.
Enmascaramos el propio conflicto proyectándolo en el otro y haciéndolo responsable a él bajo la excusa de que “en realidad sólo quiero ayudarlo”. Pero claro, nos es más fácil dirigirnos a la otra persona que reconocer que el conflictuado/a soy yo. Una cosa es muy clara: ayudar a una persona adulta que no lo pide ni lo insinúa es irrumpir y entrometerse en su mundo interno, donde bien puede haber un rotundo rechazo a esas conductas o terapias que se le sugieren. Cada persona debe buscar lo que sienta es lo adecuado para ella, y a veces la mejor manera de ayudar es no entrometiéndonos en su búsqueda cuando no se nos ha pedido ni preguntado. A menudo la mejor forma de asistir a otro con quien nos sentimos involucrados íntimamente es poniendo en orden NUESTRO propio panorama interno, y reconociendo que cada uno puede tener ritmos y formas diferentes de abordar cada situación.
No debemos olvidar tampoco al personaje del salvador, usualmente presente en muchos de nosotros, especialmente en quienes nos dedicamos a lo terapéutico o en quienes siguen un camino interno. Este personaje cuando emerge quiere andar por allí liberando a todo el mundo de sus problemas y conflictos (se lo hayan pedido o no), cual ángel de la guarda que cree tener la solución precisa para cada caso, inmiscuyéndose donde no lo llaman y abriendo la boca cuando no le han dado la entrada, sin comprender que es a sí mismo a quien más necesita ayudar. Esto sin considerar que muchas veces su pretendida ayuda es una distracción para evitar asumirse y mirarse a sí mismo/a.
Por estos motivos, considero que lo mejor en estos casos es cortar por lo sano y asumir la pregunta con total responsabilidad: si pregunto yo, la pregunta habla de mí, me dé cuenta o no. Una cosa es hablar o dar a conocer herramientas terapéuticas a otras personas que estén en búsqueda de instancias como la terapia, y otra diferente es proyectar mi propio conflicto en dichas personas e intentar ponerme en su lugar. Lo primero quizás pueda abrir puertas en algún momento, (por qué no?) lo segundo no ayuda a nadie. No hay nada malo en preguntar, la situación se aliena cuando no atinamos a ver desde dónde lo hacemos.
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