En una sociedad como la nuestra es muy común que el paradigma de enfermedad que hemos asimilado por simple permeabilización hacia lo que nos transmitieron nuestros padres, la familia, dicha sociedad o la cultura en que vivimos, se base completamente en el miedo. Miedo a la enfermedad, que en el fondo es miedo a lo desconocido, a lo que aún no se comprende. Cuando algo se comprende y asimila, deja de haber ese miedo desde el que las más increíbles distorsiones de lo que acontece se despliegan. De aquí se deduce que aún estamos inundados por una no-comprensión de la enfermedad, en la que ésta pareciese venir “de fuera” (como si hubiese un “fuera” absolutamente independiente de nuestra percepción). Donde se la considera como algo que uno se “agarró por ahí”, o “le tocó”, ya que “es el invierno”, o “fue un contagio”. En fin: como algo que a uno “le sucede”, y que aparentemente no tiene nada que ver con nosotros a nivel de nuestro psiquismo y emocionalidad con la que funcionamos y percibimos.
No es extraño entonces que desde esta percepción fragmentada y distorsionada por una mirada empapada de miedo, se vean enemigos por todos lados o se recurra a toda clase de supuestos responsables de nuestros síntomas y problemas. Sin embargo, detrás de todo este panorama hay una creencia en particular que suele estar bastante enquistada y que es aquella que dice que la enfermedad es una “falla” o un “mal funcionamiento” biológico… como si la biología, luego de miles y miles de años cometiera “errores” (que nuestro supuesto conocimiento académico vendría a “corregir”).
En decodificación biológica no hablamos de falla o malfuncionamiento. Hablamos de adaptación. Partimos desde un lugar muy distinto, en donde no hay errores ni atacantes, sino simplemente respuestas adaptativas de supervivencia, que nuestro organismo despliega en clave biológica (el síntoma) ante cierta entrada de datos de tipo conflictivo (sobrestress) que no pudo ser gestionada de manera consciente por nosotros, y que tuvo entonces que ser atendida por nuestro soporte biológico, ya que su prioridad es nuestra supervivencia instante a instante. Dicho “en simple”: partimos de considerar la enfermedad como una respuesta adaptativa de supervivencia, desencadenada por nuestro cerebro automático ante un sobrestress que por el motivo que sea no pudimos/supimos gestionar y que rebasó los límites de tolerancia que él maneja como adecuados para la supervivencia en ese momento. Una entrada de datos inusual que, de mantenerse podría volverse desequilibrante y amenazante para nuestro funcionamiento y que el cerebro entonces se ve obligado a atender, adaptándonos biológicamente allí en donde se requiera y de forma tal que este requerimiento pueda ser gestionado por el tiempo que sea necesario.
De aquí se siguen muchísimas implicancias que muestran por qué esta perspectiva es realmente un paradigma diferente. Veamos algunas de ellas:
![]() |
Cambio de paradigmas |
Para empezar, esto destierra nuestro ideario de que en la vida somos “víctimas de lo que pasa”, como si eso que ocurre fuese completamente ajeno a nosotros. Al ser la enfermedad una respuesta de adaptación, necesariamente tengo que preguntarme: “¿adaptación a qué? , ¿Qué es eso que “se me pasó” o que no estoy manejando conscientemente para que mi biología haya tomado el mando como último recurso?”. Esto ya empieza a situar la responsabilidad de lo acontecido donde se requiere que esté: en nosotros mismos, ya que nuestra vida la creamos nosotros, a través de nuestros proyectos de vida -que es lo que reviso con ayuda de la carta astral-, nuestras emociones, creencias, y pensamientos (conscientes y, sobre todo, inconscientes). En resumen: las vivencias son propias de cada uno/a. Son nuestra responsabilidad.
Segundo y muy importante, es notar que si estamos enfermos es porque algo no estamos gestionando de manera consciente y coherente, como para que nuestro cerebro automático haya tenido que intervenir. De aquí es directo observar que el/los shock(s) emocional(es) conflictual(es) con el que se ha desencadenado el proceso que llamamos enfermedad tenemos que ir a buscarlo(s) al inconsciente, hacia donde una de las puertas de entrada más directas es la emoción, lo que se siente y dónde se siente. Naturalmente me refiero a la emoción visceral profunda, por debajo de las emociones más superficiales (que suelen venir condicionadas por lo sociocultural y “políticamente correcto”. En consulta indagamos en lo que hay más allá de estas). El origen de la enfermedad hay que ir a buscarlo al inconsciente, allí donde no hay bueno ni malo pues no hay dualidad, sólo se atienden requerimientos y se producen respuestas a ellos.
Tercero y fundamental, es tomar conciencia de que en el fondo la enfermedad siempre nos muestra un aprendizaje “oculto” que es preciso integrar y traer a la conciencia de manera coherente (es decir, donde pensamiento, emoción y acto vayan en la misma dirección y no cada uno por su lado). A fin de cuentas podemos pensar en la enfermedad como en un aprendizaje que pide nuestra atención y que trae implícito un mensaje de conciencia para nosotros: es como si nos indicara que en algún aspecto de nuestra vida algo se nos desbordó, y la lección que encierra esa situación ahora es preciso rescatarla desde el inconsciente y aprenderla pero impulsados ahora por el modo generalmente desagradable del síntoma. Sólo de esta manera podemos sacar auténtico provecho de esta experiencia y podremos decir que nos hemos apropiado del “para qué” de la enfermedad, liberando de este modo a nuestro cuerpo de escenificarnos ese conflicto en clave biológica. A fin de cuentas, la enfermedad es siempre un mensajero de conciencia, que nosotros mismos/as hemos creado inadvertidamente.
Incluso estos pocos puntos principales ya muestran que el paradigma en que podemos comenzar a comprender lo que hay tras el proceso que llamamos enfermedad dista mucho de todo el acervo de conocimiento que parte desde la filosofía del miedo presente en el inconsciente colectivo en sociedades como la nuestra y usualmente reflejado aún por estructuras académicas y culturales en gran parte desactualizadas a los tiempos que corren, tiempos en los que el asumir la responsabilidad por nuestras creaciones vivenciales parece ser el camino óptimo que la vida nos invita a seguir, momento a momento.